“No sabrá tal vez nunca,
que en su ausencia por ella, he llorado yo aquí”
(UANG-SIN-YU)
amor, la tarde del domingo
y nadie puede oír la nota muerta
de mis dedos. Recorren horizontes
los silbidos de un mar ensordecido
que se mece con dolor en mis arterias.
Debajo el cielo gris, atardece la tarde en los tejados
Y más allá del tiempo y
más acá de la montaña azul oculta
las antenas de metal (en los tejados)
Atardece la tarde y
huye el sol de los cielos azules
y el rojo del vino que acucia el desentono
Atardece otra tarde
y nadie piensa en ello
ni Juan Ceba siquiera ensimismado(acurrucado) en su poesía melancólica.
El cielo azul, dibuja su esquema de pechos incipientes
Un cielo azul-higuera del gris nacarado de la tarde
cuando quedan los nudos solamente,
atardece la tarde en los tejados
y solo queda el llanto
que busca de ensamblarse en un abrazo cósmico
eterno
infinito
casi teológico con la tierra desnuda.
Atardece la tarde y los negros presagios
agonizan tras el monte pedregoso...
Oscurece la luz
al tibio cálamo
con la sangre de cordero embalsamado
Han matado los siglos
la cantarina voz de las sirenas
Atardece la tarde y nadie intuye el miedo
y caminan las faldas por los bares
sin saber que los locos se esconden por las sombras
masturbando y riendo de su pena.
Anochece la noche en Granada nunca última
pero sí, posiblemente antepenúltima.
La pluma, el mar, la higuera melancólica...
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