10/22/2009

JESÚS EL NAZARENO, MÉDICO

JESÚS EL NAZARENO, MÉDICO
“Yo soy la resurrección y la vida. El que cree en mí, no morirá para siempre”
Jesús (el Nazoreo) de Nazaret, en su vida pública, hizo dos cosas: enseñó su Verdad y fue médico; mostró el camino de la redención del alma y venció la enfermedad del cuerpo y aun a la muerte. Uno de los fundamentos para demostrar su divinidad fue el hacer milagros. Y fundamentalmente milagros médicos. Pero Jesús no mejoró enfermos sólo para mostrar su poder sobrenatural, ni tan siquiera por mera caridad o compasión. Lo hizo porque Él era la vida y, “el que cree en mí, aunque esté muerto, vivirá.” (Juan 11:25).El era quien evitaba la muerte, la enfermedad y el sufrimiento. Vio a la gente en su necesidad física y espiritual en forma integrada y global, y pudo suplir las dos.
La medicina integra lo físico y el ministerio lo espiritual. Los médicos podemos ver al ser humano en forma integral. El Maestro de Nazaret dijo: “El Espíritu del Señor esta sobre mi, por cuanto me ha ungido para dar buenas nuevas a los pobres; Me ha enviado a sanar a los quebrantados de corazón; A proporcionar libertad a los cautivos y vista a los ciegos; A poner en libertad a los oprimidos”.Ël mismo, tras sufrir enormes padecimientos físicos y morir en la cruz, resucita...”.El propio Misterio Pascual -sentido último de la fe cristiana-“ puede estimarse como una suerte de medicina mística, ya que implica la restauración de esa herida sobrenatural del hombre que fue el Culpa Original”
El hecho milagroso sobre la salud, da a Jesús Nazoreo (carpintero) hombre, su carácter divino Se ha dicho, desde esta perspectiva, que en los tres simbólicos regalos que los magos del Oriente le ofrecieron a Jesús recién nacido, ya estaba prefigurada su vocación de terapeuta: el oro para el rey; el incienso para el sacerdote y la mirra para el médico. La mirra (del latín myrrha, y éste del griego μύρρα) es una sustancia rojiza resinosa y aromática. Proviene de un árbol de la familia de las Burseráceas, común en medio Oriente y Somalia. Muy valorada en la antigüedad, era uno de los componentes para la elaboración de medicinas, perfumes...“He aquí, pues, características que pueden convertir la mirra en un símbolo del hombre: el color rojo representaría la sangre, la forma de lágrima representaría el dolor. La mirra simbolizaría así la sangre y el dolor del hombre convirtiéndose en bálsamo para el género humano. ¿No fue Jesús, precisamente bálsamo para nosotros al sufrir la tortura de la Crucifixión?”No obstante, aun cuando el Evangelio ilumina como ningún otro texto religioso el enigma de la enfermedad, no existe propiamente una medicina cristiana, como un procedimiento de diagnóstico y sanación diferentes. La medicina, al menos como se practica desde los tiempos de Hipócrates, es un saber científico-natural y un arte clínico independiente de cualquier confesión de fe. No puede hablarse, por lo tanto, de una farmacoterapia o de una cirugía cristianas. Pero lo que sí es posible es tener una visión cristiana y una actitud evangélica frente al quehacer de la medicina, como ocurre con toda la actividad del hombre, pero que en el acto médico adquiere una particular importancia debido a que éste se vincula -directamente- con el nacimiento y con la muerte, que son los momentos más definitivos del existir.

Pero, sin duda, para la visión cristiana del acto médico, lo más interesante son las propias sanaciones de Jesús. Como señalamos, Jesús -en su vida pública- enseñó su Evangelio y fue médico. Esto no debe parecer extraño, desde el momento en que el camino de Cristo es el de la libertad y este supremo don del hombre implica la salud y la plenitud de la vida. Ya la palabra griega sozein, usada en el Nuevo Testamento, indica al mismo tiempo salvación y curación. Del mismo modo, la raíz latina salus se refiere tanto a la salud como a la redención. La dicotomía clásica cuerpo-alma es de origen helénico y no hebreo. Es por eso que para el cristianismo -en el horizonte de la religión judía- la persona humana es unitaria, por lo que salvación y sanación son, en el fondo, lo mismo. La terapéutica evangélica, por así decirlo, es compleja y variada. Jesús curó de diversos modos. A unos les impuso las manos. A otros les perdonó los pecados o les expulsó demonios; “Cuando se habían marchado, le presentaron un endemoniado mudo. Expulsado el demonio, habló el mudo, y la multitud se admiró diciendo: Jamás se ha visto cosa igual en Israel. Pero los fariseos decían: En virtud del príncipe de los demonios arroja a los demonio” y a muchos les dijo: “Tu fe te ha salvado”. La mujer con hemorragia mejoró recibiendo la “energía” que brota del cuerpo y de los vestidos de Jesús, pero hay un caso especialmente significativo para la medicina: el del ciego de nacimiento, el ciego de Siloé. Jesús coge tierra, la mezcla con saliva, forma barro, se lo pone en los párpados y le dice: “Lávate en la fuente”; y el ciego recupera su visión. ¿Por qué no le impuso simplemente las manos como podía hacerlo? Usó un medicamento: el barro; y aquí podría decirse que radica el fundamento evangélico de la farmacoterapia. (Recuérdese que el excelente antibiótico llamado terramicina se extrajo de la tierra) éste fármaco, en última instancia, es sólo el “barro de Jesús”. Sin duda la paz, el bienestar y la alegría no están en la molécula de un sedante o de un antidepresivo. Más eficaz resulta la fe. “Yo soy la Verdad y la Vida”, enseñó Jesús y, en realidad Él es la plenitud de la existencia. Es por eso que -para un cristiano- en Él radica el poder último de toda sanación. El médico entonces -lo sepa o lo ignore- es sólo un instrumento de la voluntad curativa de Dios.
Curaciones de Jesús Nazareno
• El hijo de un funcionario real (Jn 4).
• Resurrección de Lázaro
• La suegra de Pedro (Mt 8; Mc 1; Lc 4).
• El paralítico (Mt 9; Mc 2; Lc 5).”
• El paralítico de Betesda (Jn 5).
• Hombre de la mano paralizada (Mt 12; Mc 3; Lc 6).
• El sirviente del Centurión (Mt 8; Lc 7). Al entrar en Cafarnaúm, se le acercó un centurión y le rogó diciendo: «Señor, mi criado yace en casa paralítico con terribles sufrimientos.» Dícele Jesús: «Yo iré a curarle.» Replicó el centurión: «Señor, no soy digno de que entres bajo mi techo; basta que lo digas de palabra y mi criado quedará sano”
• El ciego (Mt 12; Lc 11). Ejemplo evangélico de curación
• El Ciego de Betesda (Mc 8). Había una gran multitud de gente impotente en el estanque de Betseda (Juan 5), pero Cristo sólo sanó a un hombre. Entre esta gran multitud había un cierto hombre a quien el Salvador dijo, "¿Quieres ser sano?" La narración dice que el hombre enfermo "tomó su lecho, y anduvo." Cristo tomó el primer paso en la curación del hombre minusválido. Betesda estaba lleno de gente, pero el Hijo de Dios no fue reconocido por la multitud. “La Luz en las tinieblas resplandeció, pero las tinieblas no prevalecieron contra ella. No hay diferencia en el día de hoy. El hombre no descubre su necesidad de Cristo por el discernimiento natural, ni viene a Cristo por la fuerza o voluntad natural. Betesda es una descripción vívida de la maquinaria engorrosa de la religión humana mientras que la gracia de Dios es rechazada. Como el Hijo de Dios manifiesta Su soberanía por sanar sólo un hombre de entre la multitud, así El revela Su soberanía en la salvación por salvar sólo a los elegidos de entre de las multitudes.”
• Un leproso.” Cuando bajó del monte, fue siguiéndole una gran muchedumbre. En esto, un leproso se acercó y se postró ante él, diciendo: «Señor, si quieres puedes limpiarme.» El extendió la mano, le tocó y dijo: «Quiero, queda limpio.» Y al instante quedó limpio de su lepra.. Y Jesús le dice: «Mira, no se los digas a nadie, sino vete, muéstrate al sacerdote y presenta la ofrenda que prescribió Moisés, para que les sirva de testimonio. (Mt 8; Mc 1; Lc 5).
• La Hemorroísa (Mt 9; Mc 5; Lc 8).
• Dos ciegos (Mt 9).
• Endemoniado mudo (Mt 9).
• El sordomudo (Mc 7).
• Niño lunático (Mt 17; Mc 9; Lc 9).
• Ciego de nacimiento (Jn 9).
• Mujer encorvada por espíritu inmundo (Lc 13:10-13).
• Hombre hidrópico (Lc 14:1-4).
• Diez leprosos (Lc 17).
• Ciego de Jericó (Mt 20; Mc 10; Lc 18).
• El siervo que perdió la oreja (Lc 22:51).
• Geraseno (Mt 8; Mc 5. )
• Endemoniado en Cafarnaum (Mc 1; Lc 4).
• Hija de la mujer Syro-Fenicia (Mt 15; Mc 7).
• Niña lunática (Mt 17; Mc 9; Lc 9).
Jesús efectúa Milagros de liberación de endemoniados (exorcismos con manifestaciones físicas).Empleando a veces las formulas generales para exorcizar (Mc 1) como en el pasaje de Mt 8:16-"le trajeron muchos endemoniados"- Esto demuestra que los endemoniados (epilépticos) eran numerosos en la vida pública de Jesús. Algunos casos fueron contados con detalle. Algunos de estos incluyen también curación física y por eso aparecen en la lista de arriba. La medicina, cualesquiera fueran sus adelantos técnicos, jamás será un mero conocimiento empírico del hombre enfermo. La medicina es un arte, cuya raíz brota del fondo enigmático de la vida y requiere siempre no sólo del saber científico, sino también de la caridad y de la ética. Según Paracelso, la “virtud del médico” era el poder de curar y éste no se lograba por el exclusivo conocimiento biológico, sino con el servicio de Dios. La medicina, en realidad, siempre ha estado ligada al sacerdocio y a la religión. No es un quehacer más del hombre sino el Gran Oficio y es por eso que, sólo en el amor por el enfermo -que trasciende el saber de toda ciencia- el médico puede descubrir el último secreto de su vocación. Es entonces, como ha dicho con singular belleza Karlfried Graf Dürkheim, cuando puede “decir la palabra y hacer el gesto que sana”.

Jesús dio a sus discípulos el poder de expulsar demonios y de sanar enfermos en su nombre (Mc 16, 17-18). Pero ésta fue una misión encomendada a todos los fieles y no un propósito y mucho menos una limitación de la medicina. Sin duda existen las curaciones milagrosas, pero desbordan el quehacer de la terapéutica. El médico cristiano, como creyente, puede rezar por sus enfermos, pero -como médico- debe utilizar todo el saber y las posibilidades de la técnica. No se trata entonces de mera “imposición de manos” o de exclusiva “oración piadosa”, ni mucho menos del fanatismo que rechaza la utilización de medicamentos, de transfusiones de sangre y aun de la cirugía.
Los milagros los hace Dios y no el hombre. Personalmente creo que -como en las bodas de Caná- el médico debe limitarse a “llenar las tinajas de agua” y esperar que el Señor, a su hora, haga el prodigio. El agua de la medicina es precisamente el conocimiento de la ciencia y de la técnica, al cual no se puede renunciar. Por lo demás, si lo milagroso existe, es porque está inserto en la creación. “El gran error del racionalismo simplista es el haber intentado separar radicalmente lo sagrado, de la existencia, en circunstancias de que la vida es -en sí misma- el verdadero milagro”.

EN MI LIBRO “MÉDICINA NEOHIPOCRÁTICA”Lulu.com

José Antonio García Ramos. Médico. Año 2009.

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